EL NEOSUFISMO DE IDRIES SHAH




EL NEOSUFISMO DE IDRIES SHAH

Por Francisco Miñarro



El interés suscitado por el Sufismo en Occidente hace posible la aparición de ciertas interpretaciones destinadas a falsear y mutilar la esencia del "taçawwuf". Algunas de ellas derivan directamente de una pretendida asociación con movimientos sufíes actuales, conteniendo a menudo instrucciones auténticas entremezcladas con afirmaciones de innegable cariz ocultista. Los escritos del fallecido Idries Shah forman parte, indudablemente, de tales exposiciones. ¿En qué nos basamos para lanzar esta acusación?

La historia se remonta a 1962. Es entonces cuando Reggie Hoare, discípulo de Ouspensky, "descubre" a Shah. Éste se presentaba como mensajero de los "Guardianes de la Tradición" y portaba un documento llamado "Declaración del Pueblo de la Tradición" (publicado después por Octagon Press, 1966 y 1974, y reproducido en J. G. Bennet, "Witness: the story of a Search", Tucson, Omen, 1974). Shah declaró que los Guardianes pertenecían a una "jerarquía invisible" (es imposible no relacionar esto con la célebre "Hermandad blanca" del teosofismo) que lo habría escogido para transmitir su sabiduría a los individuos apropiados. Buscaba, por lo tanto, discípulos y ayudantes europeos -preferentemente ricos- para ayudarle en su proyecto de "transformar el mundo".

Había fundado ya por entonces la S.U.F.I., "Society for Understanding Fundamental Ideas", un movimiento de inspiración claramente moderna, por no decir "antitradicional", cuya labor editorial no ha pasado inadvertida en España (ed. Barath, más tarde denominada Ed. Sufi, Madrid). Al menos, poseía un cierto sentido de la ironía. Shah reivindicaba para sí unos orígenes que se remontaban a los reyes sasánidas, a Abraham, a Muhammad... ¡y al duque de Hamilton! Todas estas pretensiones no pasan de ser simples fábulas tendentes a legitimar una labor de extrema vulgarización. Además, se autoproclamaba "Gran Jefe de la Tariqa sufi"
(?). En ciertos textos se menciona su "condición" de hijo primogénito del nawab -especie de maharajah- de Sardana, cerca de Delhi. "su familia -se afirma en la contraportada de su libro "Los Sufis", Barcelona, Kairós, 1996- procede del principado de Pagham, donde sus antepasados reinaron desde 1221"; lo cierto es que, si hacemos caso a P. Washington ("El mandril de Madame Blavatsky", Barcelona, Destino, 1995, de donde he obtenido mucha información) su familia pertenecía, efectivamente, a una tribu afgana de Pagham... recompensada con tierras y un título por sus simpatías pro-británicas en los años que precedieron a la Primera Guerra Afgana.
La derrota británica de 1841 motivó la expropiación de las tierras del bisabuelo de Shah (Jan Fishan Khan) -y atención a este nombre-. El padre de Idries, Ikbal Ali (1894-1969), se estableció en Inglaterra antes de la Primera Guerra Mundial, por lo cual nuestro hombre, aunque nacido en 1924 en Simla, en las estribaciones del Himalaya (otra referencia que nos recuerda a las fantasías de Blavatsky y sus "compinches"), creció en Sutton, un suburbio londinense. Idries, algo más tarde, trabajando para su padre como representante, se vio envuelto en un turbio asunto de importación de carne halal en Uruguay, a raíz del cual Ikbal Ali fue acusado de estafa por el embajador británico en Buenos Aires.

En la década de los 50, Idries aparece como secretario del director del Museo de Magia y Brujería de la isla de Man y publica su primer libro, "Magia Oriental". Al igual que Blavatsky y Gurdjieff, Shah afirma haber estudiado Sufismo en remotos y no especificados rincones de Asia Central (cf., a este respecto, los textos de L. O. Elwell-Sutton, "Sufismo y pseudo sufismo", en "Encounter", vol. XLIV, nº 5, mayo de 1975, y J. Moore, "Neosufismo: el caso de Idries Shah", en "Religion Today". También L. Courtland, "The diffusion of Sufi ideas in the West", Boulder, Colorado, 1972).

El ya citado Bennet -a su vez, un "aprendiz de brujo" que había tomado buena nota de los métodos de Gurdjieff y Ouspensky- le regaló en invierno de 1965-66 su propiedad de Coombe Springs, tras unas duras negociaciones con los administradores de la finca. Shah supo convertir el asunto en una prueba del compromiso de Bennet con su "crecimiento espiritual". Según N.Saunders ("Alternative London", 1970), el propio Shah escribió bajo el nombre de Rafael Lefort ("Los maestros de Gurdjieff", trad. castellana en la mencionada Ed. Barath) el relato de unas conversaciones con los maestros de Gurdjieff, en el que se insinuaba que Idries iba a reemplazar a este último -un "mal discípulo"- en tanto que maestro para occidente; precisamente, fue tras la lectura de este panfleto que Bennet accedió al intento de "chantaje emocional" y donó sus propiedades. Shah no dudó en expulsar a Bennet y a sus discípulos de su propia casa, prohibiéndoles la entrada. Un año más tarde, vendió la propiedad a una inmobiliaria por cien mil libras y se compró una mansión cerca de Kent.

Hay otro detalle significativo de la trayectoria de Shah, además de su pretensión de ser el representante de los "Pueblos de la Tradición", y es su insistencia en que venía del monasterio Sarmoung, nunca localizado... ¡aunque descrito en un texto de Gurdjieff!

Por otra parte, Shah estableció en los 60 una compleja red de seguidores influyentes en los medios culturales de Inglaterra, entre los que se cuentan Robert Graves, Ted Hughes y Doris Lessing. Ésta, siempre reacia a hablar públicamente de Sufismo, aportó un significativo detalle en una entrevista. A la pregunta de por qué esa trayectoria del feminismo marxista al Sufismo, Lessing contestó: "Cuando empecé era marxista, materialista, tenía ideas progresistas sobre el hombre y su futuro... Después de ese libro -se refiere a "El cuaderno dorado"-, pensé que podía escoger entre callarme o tratar de ver más claro. Hice lo último. En cierto sentido, seguía siendo materialista, en la medida en que todo podía ocurrir a niveles más finos y sutiles de la materia. Por ello recurr a la ciencia ficción" (Cristina Peri Rossi, 1988, apéndice a "El cuaderno dorado", Ed. Círculo de Lectores, Madrid, 1989. Hay algo aquí que inevitablemente nos recuerda al concepto de materia en Leadbeater y otros segundones de la Sociedad Teosófica).

Con respecto a Robert Graves, cualquiera que haya leído "La Diosa Blanca" podrá comprobar la cercanía de este autor con muchas de las tendencias del seudo-espiritualismo moderno. Además, Graves sufre de una peculiar obsesión, que le hace ver, incluso en los hexagramas del "I Ching" (o más bien en la interpretación que de ellos se desprende en la obra de Confucio) una confirmación del "triunfo del patriarcado" (cf. "Los dos nacimientos de Dionisio", Barcelona, Edhasa, 3ª ed., pp. 223-224). Además, es frecuente en él tratar de resaltar las relaciones estructurales entre Sufismo y Masonería... lo cual, precisamente, era uno de los objetivos -muy secundarios, ciertamente- de la Sociedad Teosófica. En "The Theosophical Glosary" (Blavatsky-G. R. S. Mead, Londres, The Theosophical Publishing Society, 1892. Trad. castellana: "Glosario teosófico", Barcelona, 1916/1920, dos tomos, y también en Ed. Kier, Buenos Aires, 1971, un tomo) hay expresas indicaciones sobre el tema.

Por otra parte, la pretensión de hacer derivar el término "sufismo" del griego "sophia" -Graves, Blavatsky, Shah, etc... (y de ahí la utilización del neologismo "sufi", sin acento, en lugar de "sufí", con acento)- no es tan inocente como a primera vista podría parecer. Se trata con ello de establecer una ruptura entre Sufismo e Islam, haciendo derivar al primero de algunas supuestas ramas del neoplatonismo. En resumen, occidentalización encubierta.

Shah incluso persuadió a Graves para que prestara su nombre a una nueva versión del "Rubaiyat" de Omar Jayyam, traducción basada en un supuesto manuscrito nunca mostrado y "desconocido en occidente". Moore (en "Neosufismo...") indica que el libro de Graves no era una traducción, sino la copia de un comentario victoriano (auténtico), supuesta traslación debida a un tal "Jan Fishan Khan MS" (¡el propio bisabuelo de Shah!), "poeta" del siglo XII (!), de un poema de Jayyam (que, por supuesto, nunca escribió).

En cuanto a los métodos de propaganda y/o captación utilizados por la S.U.F.I. (en España, Ed. Sufi), dirigida por Omar Ali Shah, hermano de Idries, quizá sea útil reproducir aquí mismo el extracto de un mensaje que recibí hace tiempo, relatando una curiosa experiencia en un momento de búsqueda sincera: "Contacté con los Sufis del amigo Shah a través de una dirección que aparecía en uno de sus libros. Recibí una carta de una persona que no se identificó, en la que se me conminaba a leer los libros de una lista que "se adjuntaba", estrictamente en el orden en que aparecían en dicha lista, se hubieran o no leído con anterioridad, y luego volver a ponerme en contacto escribiendo al apartado de correos inicial, indicando los motivos de mi búsqueda, para, si mi escrito era convincente, concertar una cita personal. Aparte de ciertas incorrecciones lingüísticas que no me parecieron bien, hubo un hecho que me intrigó durante varios días: el sobre donde venía la carta que recibí no contenía ninguna lista.

Finalmente, aunque no muy convencido de que mis interlocutores pudieran cometer semejante chapuza, lo atribuí a un despiste de la secretaria del "Maestro". Como tenía instrucciones de no escribirles hasta haber leído los libros, les llamé por teléfono y, aprovechando mi paso por Madrid, visité su local y compré (a un 75% de su precio) tres o cuatro de los cinco primeros títulos de la lista que allí mismo me acababan de proporcionar. Creo recordar que la lista tenía de 10 a 15 títulos, casi todos de su propia editorial (ingeniosa manera de promocionar sus libros). Pero había problemas: antes de decidir cuantos libros me llevaba, observé que el segundo de la lista estaba agotado y por lo tanto no tenía sentido llevarme ninguno posterior, más la señora que me atendió entre charla y charla telefónica - en las que me demostró que hablaba inglés con desparpajo- y que ya me había advertido -sin habérselo preguntado yo- que para seguir las enseñanzas de la asociación no era necesario ser musulmán, me confesó que no pasaba nada si saltaba algún título, e incluso si escribía habiendo leído tan solo cuatro o cinco libros. Más adelante pude detectar ciertos errores que se me antojaron incompatibles con la enseñanza tradicional: en el libro "Los maestros de Gurdjief", en el momento culmen, cuando el autor tiene acceso al Sancta Sanctorum de la enseñanza sufi, se expone cómo el gran Maestro se servía de unas máquinas formidables para controlar la meditación de sus discípulos. Aberrante ¿no? En otro libro dedica varios párrafos a eliminar las reticencias al uso de ionizadores, imprescindibles para realizar ciertas prácticas diarias de meditación en un ambiente urbano, en el que algunos principiantes pudieran desenvolverse".

Hablemos claro: el seudo-sufismo de Shah, lejos de entenderse como una metafísica que parte del credo musulmán -"no hay divinidad si no es la Divinidad"-, se identifica con el origen de un método científico de procedimiento inductivo y se define a modo de "doctrina secreta" subyacente en todas las formas religiosas, idea hábilmente utilizada en vistas a un fácil sincretismo; de aquí la tentativa de escindir al Sufismo del universo espiritual del que depende y del que extrae toda su realidad.

El único criterio objetivo para juzgar al Sufismo es la verdad intrínseca del mensaje de Muhammad y los frutos espirituales de este mensaje, criterio que Shah desplaza y anula para asentarlo en un misticismo abiertamente impregnado de psicologismo, seudo-erudición y neodarwinismo. El Islam está "fijado" en el Corán, y su mensaje -centrado en lo Único que Es- se descubre y se acentúa en el "taçawwuf". Para el sufí, la realización espiritual parte de la revelación coránica, y no hay "ciencia de la certidumbre" que no se remonte, directa o indirectamente, a los Testimonios -"Shahada"- del Islam. No obstante, la intención de Shah consiste precisamente en desligar el "taçawwuf" del Islam o, dicho de otro modo, en desgarrar el centro de la periferia, o el núcleo de la corteza, y ello a partir de una pretendida autoridad capaz de extraviar y convencer al lector no advertido.

El Sufismo, por otra parte, es plenamente ortodoxo a pesar de las audacias verbales que lo caracterizan -lo contrario implicaría el absurdo de admitir un esoterismo sin legitimidad alguna-, y lo es porque se considera la "médula" -"lubb"- del Islam, y porque toma impulso a partir de la forma islámica, y no de otra. Hablar, por lo tanto, de "sufíes cristianos", como hace Shah, no deja de ser una antinomia externa y una imposibilidad interna. Si, según la perspectiva coránica -y, a priori, desde las coordenadas del esoterismo islámico- Allah ha creado el mundo como un Libro (y de ahí la importancia otorgada a los símbolos naturales, considerados como aleyas al ser la Creación una exteriorización de la palabra de Allah), y, asimismo, Su Revelación ha descendido en forma de Libro, para nuestro autor, por el contrario, los Libros Revelados representan ante todo la exteriorización de una inevitable evolución de la conciencia humana concentrada en ciertos grupos de población. Este mismo psicologismo reduce el significado de la angelología islámica hasta no ver en ella sino una interpretación cifrada de los desarrollos superiores de la mente.

No nos extraña, pues, que Shah equipare la "Inteligencia independiente" de Averroes -desfigurada al máximo por la hermenéutica occidental- con el inconsciente colectivo jungiano. En cuanto al lugar destacado que Shah otorga al "evolucionismo sufi", e incluso prescindiendo de extendernos demasiado sobre ese neodarwinismo citado líneas atrás (llega a mencionar ciertas supuestas herencias del animalismo, de donde deducimos que el objetivo principal del autor es el desvelamiento de la presumible "modernidad" intelectual del "taçawwuf"), es obvio que con ello tiende a asimilar las "estaciones" de la realización iniciática con una metódica activación de "órganos sutiles" en vistas a una evolución consciente del individuo humano (cf. pp. 95, 415 y ss. de "Los Sufis", op. cit.). En suma, fenomenismo de matiz ocultista frente a realización metafísica.

Dos últimas observaciones: significativamente, Shah despoja a la lengua árabe de su espiritualidad intrínseca para concluir de su complejo sistema de relaciones semánticas una especie de lenguaje cifrado de índole claramente psicológica; esta reducción ontológica que va del símbolo al signo halla su compensación paródica en su insistencia en el supuesto influjo histórico del Sufismo sobre el Vedanta o sobre el Zen... Así pues, por un lado, se destaca la utilización de una exégesis exterior que minimiza el carácter esencialmente iniciático de la perspectiva sufí, y, por otro, la acentuación de imaginarios condicionamientos históricos que, al hacer desbordar al Sufismo de su continente espiritual, lo reduce a un seudo-esoterismo carente de estructura y, por lo tanto, subliminalmente, de toda autoridad, a pesar de las apariencias en contra.