SRI AUROBINDO, SOBRE LA LUCHA Y EL MAL.




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Cuando Sri Aurobindo decía: Yo no soy ni un moralista impotente ni un pacifista débil, estas palabras estaban preñadas de sentido. Había profundizado con detenimiento la historia de Europa y la de las grandes revoluciones de Europa y de América, para saber que la rebelión armada puede ser justa; ni Juana de Arco ni Mazzini ni Washington fueron apóstoles de la "no-violencia". Cuando el hijo de Ghandi le visitó en Pondichery en 1920 y le habló de no-violencia, Sri Aurobindo le respondió con esta sencilla pregunta, por cierto muy actual: "¿Qué harían ustedes si mañana fuesen invadidas las fronteras del Norte?".

Veinte años más tarde, en 1940, Sri Aurobindo y la Madre se declaraban en favor de los aliados en la segunda guerra mundial, al paso que Ghandi, movido por un impulso sin duda alguna “digno de virtuosismo”, escribía una carta abierta al pueblo inglés, instándolo a no tomar las armas contra Hitler y que apelaran solamente a la "fuerza espiritual" en caso de invasión alemana. La posición adoptada por Sri Aurobindo de apoyo total a Inglaterra en esta guerra, no podía ser comprendida en la India de 1940, dominada aún por la potencia colonial; no podían entender cómo el líder revolucionario que había encabezado la rebelión contra la potencia ocupadora, ahora se ponía de su lado. Debemos, pues, precisar la visión espiritual del yogui revolucionario Sri Aurobindo en cuanto a su conocimiento sobre la Consciencia-Verdad de la acción violenta, así se expreso en una carta-respuesta a la iniciativa de Ghandi de no intervención del pueblo ingles:
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La guerra y la destrucción -dice- constituyen un principio universal que gobierna no sólo nuestra vida puramente material aquí abajo, sino aun nuestra existencia mental y moral. Es de toda evidencia, prácticamente, que en su vida intelectual, social, política y moral, no puede el hombre avanzar, sin lucha alguna, un solo paso; una lucha entre lo que existe y vive y lo que trata de llegar a ser y a vivir, y entre todo cuanto se halla atrás de lo uno y de lo otro. Es imposible, al menos en el estado actual de la humanidad y de las cosas, avanzar, crecer y realizarse y, al mismo tiempo, observar real y absolutamente el principio de inocencia que se nos propone como la mejor y más elevada norma de conducta. ¿Emplearemos nosotros solamente la fuerza del alma y no destruiremos nunca nada por la guerra ni aun por la violencia física para defendernos?. Hasta aquí estamos de acuerdo.
Pero mientras las fuerzas del alma alcanzan la eficacia necesaria, las fuerzas demoníacas en los hombres y las naciones aplastan, demuelen, asesinan, incendian y violan, como hoy lo vemos; podrán entonces hacerlo cómodamente y sin estorbos, y vosotros habréis causado tal vez con vuestra abstención la pérdida de tantas vidas como los otros con su violencia... No basta con tener las manos limpias y el alma inmaculada para que la ley de la batalla y de la destrucción desaparezca del mundo; es menester que cuanto forma su base desaparezca primero de la humanidad. La inmovilidad y la inercia que rehúsan emplear los medios de resistencia al mal o que son incapaces de servirse de ellos, no abrogarán la ley, ni mucho menos. En realidad, la inercia hace mucho mayor daño que el principio dinámico de la lucha, que crea, al menos, más de lo que destruye. En consecuencia, desdeñar el punto de vista de la acción individual, abstenerse de la lucha en su forma física más visible y de la destrucción que la acompaña de modo inevitable, nos da tal vez una satisfacción moral, pero deja intacto al Destructor de las criaturas.
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Y si nuestra abstención deja indemne al Destructor de las criaturas, tampoco nuestras guerras lo suprimen, aunque prácticamente sea necesario mancharse en ellas las manos. A mediados de la primera guerra mundial hacía observar Sri Aurobindo con fuerza profética:  
La derrota de Alemania... no basta para extirpar el espíritu que en Alemania se encarna; probablemente se producirá una nueva encarnación del mismo espíritu en otra parte, en otra raza o en otro imperio y será necesario entonces librar una vez más la batalla. Todas las viejas fuerzas están vivas y no sirve de mucho quebrantar o abatir el cuerpo que ellos animan, porque muy bien saben transmigrar. Alemania abatió el espíritu napoleónico en 1813 y demolió los restos de la hegemonía francesa en Europa en 1870; esta propia Alemania ha venido a ser la encarnación de lo que ella misma había abatido. Fácilmente puede el fenómeno repetirse en una escala mucho mayor.
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Hoy hemos podido comprobar como las viejas fuerzas saben transmigrar.

El propio Gandhi, viendo que todos los años de no-violencia venían a parar en las terribles violencias que caracterizaron la partición de la India en 1947, observaba con tristeza poco antes de su muerte: "El sentimiento de violencia que secretamente hemos alimentado, vuelve sobre nosotros y nos liamos a golpes cuando se trata de compartir el poder... Ahora que ha sido sacudido el yugo de la servidumbre, todas las fuerzas del mal salen a la superficie". Porque ni la no-violencia ni la violencia alcanzan la fuente del Mal.

En plena guerra de 1940, por los mismos días en que abrazaba el partido de los Aliados porque, "prácticamente", así era necesario proceder, Sri Aurobindo escribía a un discípulo:  
Usted cree que cuanto ocurre en Europa es una guerra entre las potencias de la luz y las potencias de las tinieblas, pero esto no es más cierto ahora que durante la primera guerra mundial. Es una guerra entre dos especies de Ignorancia... El ojo del yogui no ve solamente los acontecimientos exteriores y los personajes y las causas exteriores, sino también las poderosas fuerzas que los precipitan a la acción. Si los hombres que combaten son instrumentos que se hallan en manos de los jefes de Estado y de los financieros, éstos, a su vez, son simples títeres que se hallan en las garras de fuerzas ocultas. Cuando se ha adquirido el hábito de contemplar las cosas hasta el fondo, ya no se inclina uno a conmoverse por las apariencias ni siquiera a esperar que los cambios políticos o sociales, o las mudanzas de índole institucional, puedan poner remedio a la situación

Sri Aurobindo había cobrado consciencia de esas "enormes fuerzas" ocultas y de la infiltración constante de lo suprafísico en lo físico; sus energías no se desenvolvían ya en torno de un problema moral, harto somero después de todo -violencia o no-violencia- sino alrededor de un problema de eficacia; y veía claramente, también por experiencia, que para curar el mal del mundo es preciso curar primero "lo que en el hombre se halla en la base" y que nada se puede curar afuera si no se cura primero lo de adentro, porque es la misma cosa; no se puede dominar lo externo si no se domina lo interior, porque es la misma cosa; no se puede transformar la materia externa sin transformar nuestra materia interior, porque es también y será siempre la misma cosa; no hay sino una Naturaleza, un mundo, una materia, y mientras queramos proceder al revés, a ninguna parte llegaremos.
Y si nos parece que el remedio es difícil, entonces no queda ninguna esperanza para el hombre ni para el mundo, porque todas nuestras panaceas exteriores y nuestras morales de agua de rosas están condenadas a la nada y a la destrucción en manos de esas potencias ocultas: La única solución -dice Sri Aurobindo- se halla en el advenimiento de otra consciencia que ya no será juguete de esas fuerzas, sino más poderosa que ellas, y que podrá obligarlas a cambiar o a desaparecer

SOBRE BENDECIR LOS ALIMENTOS



Está escrito en el Tratado de Berajot:
“Todo aquél que tiene provecho de este mundo sin bendecir es como si hurtaría de Di-s”.


Y de la misma manera que está prohibido robar, incluso una pequeña cantidad, así también aquel que saltea una letra o una palabra, se considera que roba a Di-s.

Y pobre del hombre si la causa de la omisión es estar sumergido en el acto de la comida como animales que no alaban ni agradecen a su Creador. E incluso cuando se domina a sí mismo, y bendice, arroja la bendición de su boca, como si arrojara piedras.

Mientras habla con su hijo o con su sirviente conversa pausadamente, prestando atención a sus palabras, y al bendecir al Di-s del Universo, en cuyas manos se encuentra la vida de todas las criaturas, se traga las letras y las palabras. Y en vez de concentrarse en la bendición, toda su atención la dedica a observar si el fruto maduró por completo o cosas por el estilo.

Y si el hombre adquiriera sabiduría, comprendería que su pecado es insoportable, ya que en el acto de comer invierte el hombre mucho tiempo, especialmente si se trata de una comida abundante, mientras que la bendición sólo lleva el tiempo necesario para extender su mano al plato y tomar una fruta, y muchísimo menos aun, si otra persona bendice y él sólo debe contestar “Amén”. ¡Y cuán grande es el pecado del que no lo hace!

¿Acaso hay un servicio a Di-s más sencillo? Como está escrito: “Ofrendaremos vacas con nuestros labios”.

Si un vecino le envía un guisado, ¿no se esforzará el hombre en conseguir algún manjar apropiado para enviarle a ese vecino en retribución?, y si no, por lo menos espera que se le presente la oportunidad de ayudarlo en algo, y cuando lo ve se apresura a saludarlo, como un esclavo delante de su señor.

Asimismo, cuando le hacen un favor, siente el hombre la obligación de devolverlo de alguna manera ,y si su compañero fallece antes de que pueda retribuirlo, entonces se ve obligado a retribuir a sus descendientes.

Entonces, cuanto más debemos sentir la obligación de alabar y agradecer con gran amor al Santo, Bendito Sea, que constantemente nos envía un flujo con el cual nos sustenta y nos mantiene. Y está escrito en el Tratado de Berajot 35: Está prohibido que el hombre tenga provecho del mundo sin que bendiga y todo el que tiene provecho sin bendecir, le roba a Di-s. ¿Qué arreglo tiene ? Que vaya a visitar a un sabio ¿En qué lo va a ayudar ?

He aquí que ya cometió la trasgresión.

Debe visitar a un sabio en un principio para que le enseñe las leyes de las bendiciones y evite cometer transgresiones.

En el libro Menorat Hamaor se explica que la persona que come sin bendecir, piensa que con su dinero lo adquirió por completo y a él le pertenece, pero en realidad todo pertenece a Di-s, y él le facilito el dinero para adquirirlo.

Y nos muestra el Talmud una contradicción entre dos versículos, en uno está escrito: “A Di-s le pertenece la tierra y todo lo que contiene”, y en otro “La tierra entregó a los hombres” y contesta el Talmud, que en el primer versículo se habla antes de que la persona bendiga, mientras que en el segundo después de que la persona bendice, es decir, que sólo aquel que bendice adquiere por completo lo que consume.

Se asemeja a un deudor que llega el tiempo en el cual pague su deuda, y carece del dinero necesario para el pago de la deuda, y entonces le pide el acreedor que por lo menos le cante con su agradable voz, y eso vendrá en lugar del pago monetario de la deuda. Por supuesto que el deudor se alegró, y dejó de lado la angustia que lo acompañaba, y está dispuesto a cantarle varias canciones una tras de otra, y sino que está dispuesto a cantarle diariamente en toda ocasión que el acreedor lo requiera, y más aun si su acreedor está dispuesto a facilitarle mercadería a cambio de sus canciones.

Así también el Santo, Bendito Sea, provee constantemente al hombre alimentos y todo lo que necesita, y lo único que se le requiere es que bendiga y todo lo que necesita, y lo único que se le requiere es que bendiga la bendición de los alimentos como pago, lo que no exige mucho esfuerzo.

Por lo tanto no es correcto el comportamiento de aquella persona que se sienta plácidamente a la mesa, y come opíparamente y al llegar el momento de pagar la deuda, al final de la comida, se ve envuelto en la somnolencia, y cuando lo despiertan su mujer y sus hijos, se enfurece con ellos, y si se controla a sí mismo y bendice, sólo mueve sus labios sin que su voz se escuche y, aunque no sea atacado por la somnolencia, de todos modos se ve afectado por la holgazanería, y se abstiene de efectuar el lavado ritual final de las manos, que nuestros Sabios nos ordenaron realizar. Y a pesar que él sostiene que es obligatorio cumplir con las palabras de nuestros Sabios, su proceder es contrario a su creencia; y sus hijos pequeños observan su comportamiento y así harán ellos también cuando crezcan.

Y nos cuenta el Talmud que la abstención de la realización del lavado de las manos para la comida ocasionó que una persona comiera carne de cerdo.

En una época de persecución religiosa, había un judío que vendía carne Kasher y carne de cerdo, para que no sospecharan que era judío. Y acostumbraba que a todo aquel que entraba en su posada y no efectuaba el lavado ritual de las manos, le ofrecía carne de cerdo, pues pensaba que se trataba de un no judío. Mientras que a todo aquel que hacía el lavado ritual de las manos, le ofrecía carne kasher.

Una vez entró un judío y no efectuó el lavado de las manos y le dio carne de cerdo.

Cuando le hizo la cuenta, protestó el cliente que el día anterior le había cobrado mucho más barato. Le explicó que la carne que le sirvió hoy era de cerdo y era mucho más cara.


Yo soy judío y me ocasionaste cometer un grave pecado –le dijo el hombre acongojado.


Por cuanto no vi que efectuaras el lavado de las manos pensé que eras un no judío, se disculpó el posadero.
[...]

Y si el hombre tiene hijos grandes ,debe efectuar zimún (la invitación a la bendición ), y es apropiado pronunciar la bendición de la comida juntos en voz alta, pues la elevación de la voz ayuda a concentrarse, y a disipar los pensamientos ajenos a la bendición.


Y por el contrario al bendecir en voz baja, penetran en él pensamientos ajenos que lo acompañan desde el principio de la bendición hasta el final, y el mismo muchas veces no sabe lo que dice, y no recuerda que es lo que dijo. Por lo tanto, se debe bendecir en voz alta para que se sepa qué es lo que sale de su boca, y debe cuidarse de bendecir pausadamente, sin apuro, de manera que cuando sus hijos lo vean, van a aprender de él a conducirse de esa manera en todos sus días.


Y si el hijo observa que su padre no bendice apropiadamente o no efectúa el lavado, debe cuidarse de hacer todo como corresponde abiertamente, de manera que su padre vea y se avergüence y empiece a comportarse adecuadamente.


Nos prescribe el Zóhar, que bendigamos con alegría, pues la alegría proviene de la santidad, mientras que la tristeza proviene del lado opuesto a la santidad.
[...]

Y si Di-s creó tan variados animales, verduras, cereales y frutas para alimentar al hombre cuando podría haber creado un solo tipo de alimentos con el cual el hombre podría sustentarse, posiblemente lo hizo para que el hombre pueda tener el privilegio de incrementar el agradecimiento a Di-s. Y su alabanza , y no para que el hombre llene su vientre sin efectuar el lavado ritual de las manos, y se abstenga de bendecir. Y si se comporta de esa manera no es diferente a los animales, pero éstos se conforman con aprecio o demás alimentos no sofisticados, ¿y para qué Di-s le entregó la posibilidad de refinar sus alimentos, cuando podría haber sido suficiente con cebada o centeno?


Por eso, al parecer, fue dicho que todo aquél que tiene provecho de este mundo sin bendecir le roba a Di-s. ¿Y cuál es su posibilidad de reparar lo que hizo? Que vaya a visitar a un Sabio, de manera tal que la observación de la conducta del Sabio que se cuida de pronunciar las bendiciones, lo lleva a contestar “Amén” y a imitarlo; y después que se acostumbra a bendecir durante una época, se convierte en parte de su Naturaleza.


De acuerdo a lo antedicho, podemos ver que el asunto de las bendiciones es sencillo, y de gran importancia , y por su intermedio el hombre puede elevarse a elevadas alturas espirituales, y quizás a esto se refirieron nuestros Sabios al decir que en la época en que existía el Beit Mikdash, los sacrificios expiaban los pecados, y en nuestra época la mesa reemplaza al altar. Pues, en épocas de antaño la Torá era apreciada por el pueblo, y estaban dispuestos a [..] cumplir con la voluntad de Di-s. Pero en estas generaciones tan sumidas en el interés material, por lo menos la mesa cumple la función del sacrificio, y cuando recita las bendiciones apropiadamente con concentración, sabiendo cuál es el significado de las palabras que pronuncia, sin exigir de él esfuerzos monetarios ni físicos, sino voz agradable y alegría.

AMMA.UN MENSAJE DE PAZ Y UNIDAD.



Todos deseamos construir un mundo de paz y felicidad. Para ello, se necesita humildad. Pero en el mundo actual, todos quieren ser dirigentes. Así, ¿cómo vamos a conseguir la paz? Sólo tendremos conflicto y guerra. 
  
En la actualidad, nuestros cuerpos se expanden en todas direcciones, pero no nuestras mentes. Para conseguir que nuestras mentes se desarrollen y sen tan expansivas como el universo, necesitamos tener la actitud de un niño inocente. Sólo un niño puede crecer. 
  
Por eso deberíamos tener la actitud de un principiante. El que empieza tiene paciencia, fe y entusiasmo. Con esas cualidades, como los niños, podremos disfrutar realmente de la vida. 
  
Existe una vieja historia que trata sobre un grupo de monjes que vivían en un monasterio con su maestro. Los monjes llevaban una vida muy devota y disciplinada. En aquel lugar se respiraba una atmósfera tan maravillosa y espiritual que multitud de gente acudía de todas partes. Pero un día el maestro dejó su cuerpo. Al principio, los discípulos continuaron comportándose de igual manera, pero con el tiempo fueron descuidándose y, gradualmente, desapareció su devoción y disciplina. A menudo discutían, sus corazones se endurecieron y dejaron de sentir amor y devoción. La gente dejó de visitarlos y ningún monje nuevo deseaba ingresar en el monasterio. 
  
Un día, uno de los monjes de más edad pensó que tenía que hacerse algo. Había oído hablar de un maestro espiritual que vivía de ermitaño en un bosque cercano. Salió del monasterio y fue a buscarlo para que le aconsejara. Cuando lo encontró, le explicó la desesperada situación en la que se encontraba el monasterio. El maestro sonrió y dijo: “Hay uno entre vosotros que es un gran santo, una verdadera encarnación de Dios. Los otros monjes no le muestran ningún amor ni respeto, y esa es la causa de todos vuestros problemas. Pero el Santo vive entre vosotros sin darse a conocer y no os revelará su santidad”. Tras estas palabras, el maestro cerró los ojos y el monje no pudo conseguir más información de él. 
  
De vuelta al monasterio, el monje se preguntaba quién de entre sus hermanos podría ser el santo. “¿Será quizás el hermano que lava la ropa?”, se decía. “No, no puede ser él, pues tiene muy mal genio. ¿Tal vez sea el cocinero?”, se preguntaba. “No, no puede ser el cocinero pues cocina muy mal”. Así fue revisando la lista de todos los monjes, descartándolos a todos. Pero pensó: “Tiene que ser uno de los monjes, pues el maestro lo ha afirmado. No puedo saber quién es si solo veo los fallos que tiene cada uno. ¿Tal vez el santo dé muestras de algún fallo, a propósito, para ocultarse mejor?” 
  
Tan pronto llegó al monasterio, contó a sus hermanos la gran noticia que le había transmitido el maestro. Se quedaron asombrados y se miraron atentamente, intentando descubrir quién podría ser el santo. Pero mientras se miraban, sólo veían las faltas que tenía cada uno. A partir de ese momento, empezaron a tratarse de forma muy diferente, con gran respeto y amabilidad, pues nunca sabían si el monje que estaba ante ellos era el santo. Tuvieron que esforzarse para ver solo la bondad que había en cada uno. Empezaron a tratarse con amor, y la atmósfera del monasterio cambió completamente. La gente volvió allí para absorber el amor y la divinidad que emergía de aquel lugar. Si nos mostramos humildes en cada una de nuestras acciones y también con los demás, conseguiremos que esta vida sea realmente una gozosa celebración. 
  
La leche siempre es blanca, tanto si procede de una vaca negra, blanca o parda. De igual forma, la esencia inherente de cada uno, al margen de su nacionalidad o religión, es la misma. Es pacífica y armoniosa. 
  
Los que padecen cáncer reciben un tratamiento similar en todos los países. De igual forma, el único camino para encontrar la paz y la alegría interior es a través de la práctica y de un pensamiento espiritual, que constituye la esencia de todas las religiones. 
  
En el fondo, somos unidad. Al igual que la electricidad que se manifiesta a través de una bombilla, de un transistor de radio o de una televisión es la misma, el atman o el Ser interior es el mismo en todos los seres. En este mundo, todos necesitamos paz y amor. 
  
Aquel cuyas piernas corren para ayudar al que sufre, aquel cuyas manos se extienden para consolar al afligido, aquel cuyos ojos lloran de compasión por los demás, aquel que atiende el lamento del prójimo y sus palabras consuelan a los que padecen; ese ser muestra realmente el auténtico amor hacia la humanidad. 
  
Trabajamos por conseguir estos objetivos, olvidando todas las diferencias. 


(Publicado en la revista Matruvani, diciembre 2002)











RETALES BUDISTAS.




"Cuando la rabia no surge de tu interior, no encuentras enemigos externos en ninguna parte.
El enemigo externo solo existe cuando existe rabia interna".
Lama Zopa Rinpoche.



 “Estamos juntos. Tenemos la oportunidad de vernos profundamente.
Pero si no estamos totalmente presentes, todo será como un sueño.”
Thich Nhat Hanh

"Si alguna vez no te sonríen, hazlo tu,
porque nadie tiene tanta necesidad de una sonrisa,
como aquel que no sabe sonreír."
Dalai Lama.

EL NEOSUFISMO DE IDRIES SHAH




EL NEOSUFISMO DE IDRIES SHAH

Por Francisco Miñarro



El interés suscitado por el Sufismo en Occidente hace posible la aparición de ciertas interpretaciones destinadas a falsear y mutilar la esencia del "taçawwuf". Algunas de ellas derivan directamente de una pretendida asociación con movimientos sufíes actuales, conteniendo a menudo instrucciones auténticas entremezcladas con afirmaciones de innegable cariz ocultista. Los escritos del fallecido Idries Shah forman parte, indudablemente, de tales exposiciones. ¿En qué nos basamos para lanzar esta acusación?

La historia se remonta a 1962. Es entonces cuando Reggie Hoare, discípulo de Ouspensky, "descubre" a Shah. Éste se presentaba como mensajero de los "Guardianes de la Tradición" y portaba un documento llamado "Declaración del Pueblo de la Tradición" (publicado después por Octagon Press, 1966 y 1974, y reproducido en J. G. Bennet, "Witness: the story of a Search", Tucson, Omen, 1974). Shah declaró que los Guardianes pertenecían a una "jerarquía invisible" (es imposible no relacionar esto con la célebre "Hermandad blanca" del teosofismo) que lo habría escogido para transmitir su sabiduría a los individuos apropiados. Buscaba, por lo tanto, discípulos y ayudantes europeos -preferentemente ricos- para ayudarle en su proyecto de "transformar el mundo".

Había fundado ya por entonces la S.U.F.I., "Society for Understanding Fundamental Ideas", un movimiento de inspiración claramente moderna, por no decir "antitradicional", cuya labor editorial no ha pasado inadvertida en España (ed. Barath, más tarde denominada Ed. Sufi, Madrid). Al menos, poseía un cierto sentido de la ironía. Shah reivindicaba para sí unos orígenes que se remontaban a los reyes sasánidas, a Abraham, a Muhammad... ¡y al duque de Hamilton! Todas estas pretensiones no pasan de ser simples fábulas tendentes a legitimar una labor de extrema vulgarización. Además, se autoproclamaba "Gran Jefe de la Tariqa sufi"
(?). En ciertos textos se menciona su "condición" de hijo primogénito del nawab -especie de maharajah- de Sardana, cerca de Delhi. "su familia -se afirma en la contraportada de su libro "Los Sufis", Barcelona, Kairós, 1996- procede del principado de Pagham, donde sus antepasados reinaron desde 1221"; lo cierto es que, si hacemos caso a P. Washington ("El mandril de Madame Blavatsky", Barcelona, Destino, 1995, de donde he obtenido mucha información) su familia pertenecía, efectivamente, a una tribu afgana de Pagham... recompensada con tierras y un título por sus simpatías pro-británicas en los años que precedieron a la Primera Guerra Afgana.
La derrota británica de 1841 motivó la expropiación de las tierras del bisabuelo de Shah (Jan Fishan Khan) -y atención a este nombre-. El padre de Idries, Ikbal Ali (1894-1969), se estableció en Inglaterra antes de la Primera Guerra Mundial, por lo cual nuestro hombre, aunque nacido en 1924 en Simla, en las estribaciones del Himalaya (otra referencia que nos recuerda a las fantasías de Blavatsky y sus "compinches"), creció en Sutton, un suburbio londinense. Idries, algo más tarde, trabajando para su padre como representante, se vio envuelto en un turbio asunto de importación de carne halal en Uruguay, a raíz del cual Ikbal Ali fue acusado de estafa por el embajador británico en Buenos Aires.

En la década de los 50, Idries aparece como secretario del director del Museo de Magia y Brujería de la isla de Man y publica su primer libro, "Magia Oriental". Al igual que Blavatsky y Gurdjieff, Shah afirma haber estudiado Sufismo en remotos y no especificados rincones de Asia Central (cf., a este respecto, los textos de L. O. Elwell-Sutton, "Sufismo y pseudo sufismo", en "Encounter", vol. XLIV, nº 5, mayo de 1975, y J. Moore, "Neosufismo: el caso de Idries Shah", en "Religion Today". También L. Courtland, "The diffusion of Sufi ideas in the West", Boulder, Colorado, 1972).

El ya citado Bennet -a su vez, un "aprendiz de brujo" que había tomado buena nota de los métodos de Gurdjieff y Ouspensky- le regaló en invierno de 1965-66 su propiedad de Coombe Springs, tras unas duras negociaciones con los administradores de la finca. Shah supo convertir el asunto en una prueba del compromiso de Bennet con su "crecimiento espiritual". Según N.Saunders ("Alternative London", 1970), el propio Shah escribió bajo el nombre de Rafael Lefort ("Los maestros de Gurdjieff", trad. castellana en la mencionada Ed. Barath) el relato de unas conversaciones con los maestros de Gurdjieff, en el que se insinuaba que Idries iba a reemplazar a este último -un "mal discípulo"- en tanto que maestro para occidente; precisamente, fue tras la lectura de este panfleto que Bennet accedió al intento de "chantaje emocional" y donó sus propiedades. Shah no dudó en expulsar a Bennet y a sus discípulos de su propia casa, prohibiéndoles la entrada. Un año más tarde, vendió la propiedad a una inmobiliaria por cien mil libras y se compró una mansión cerca de Kent.

Hay otro detalle significativo de la trayectoria de Shah, además de su pretensión de ser el representante de los "Pueblos de la Tradición", y es su insistencia en que venía del monasterio Sarmoung, nunca localizado... ¡aunque descrito en un texto de Gurdjieff!

Por otra parte, Shah estableció en los 60 una compleja red de seguidores influyentes en los medios culturales de Inglaterra, entre los que se cuentan Robert Graves, Ted Hughes y Doris Lessing. Ésta, siempre reacia a hablar públicamente de Sufismo, aportó un significativo detalle en una entrevista. A la pregunta de por qué esa trayectoria del feminismo marxista al Sufismo, Lessing contestó: "Cuando empecé era marxista, materialista, tenía ideas progresistas sobre el hombre y su futuro... Después de ese libro -se refiere a "El cuaderno dorado"-, pensé que podía escoger entre callarme o tratar de ver más claro. Hice lo último. En cierto sentido, seguía siendo materialista, en la medida en que todo podía ocurrir a niveles más finos y sutiles de la materia. Por ello recurr a la ciencia ficción" (Cristina Peri Rossi, 1988, apéndice a "El cuaderno dorado", Ed. Círculo de Lectores, Madrid, 1989. Hay algo aquí que inevitablemente nos recuerda al concepto de materia en Leadbeater y otros segundones de la Sociedad Teosófica).

Con respecto a Robert Graves, cualquiera que haya leído "La Diosa Blanca" podrá comprobar la cercanía de este autor con muchas de las tendencias del seudo-espiritualismo moderno. Además, Graves sufre de una peculiar obsesión, que le hace ver, incluso en los hexagramas del "I Ching" (o más bien en la interpretación que de ellos se desprende en la obra de Confucio) una confirmación del "triunfo del patriarcado" (cf. "Los dos nacimientos de Dionisio", Barcelona, Edhasa, 3ª ed., pp. 223-224). Además, es frecuente en él tratar de resaltar las relaciones estructurales entre Sufismo y Masonería... lo cual, precisamente, era uno de los objetivos -muy secundarios, ciertamente- de la Sociedad Teosófica. En "The Theosophical Glosary" (Blavatsky-G. R. S. Mead, Londres, The Theosophical Publishing Society, 1892. Trad. castellana: "Glosario teosófico", Barcelona, 1916/1920, dos tomos, y también en Ed. Kier, Buenos Aires, 1971, un tomo) hay expresas indicaciones sobre el tema.

Por otra parte, la pretensión de hacer derivar el término "sufismo" del griego "sophia" -Graves, Blavatsky, Shah, etc... (y de ahí la utilización del neologismo "sufi", sin acento, en lugar de "sufí", con acento)- no es tan inocente como a primera vista podría parecer. Se trata con ello de establecer una ruptura entre Sufismo e Islam, haciendo derivar al primero de algunas supuestas ramas del neoplatonismo. En resumen, occidentalización encubierta.

Shah incluso persuadió a Graves para que prestara su nombre a una nueva versión del "Rubaiyat" de Omar Jayyam, traducción basada en un supuesto manuscrito nunca mostrado y "desconocido en occidente". Moore (en "Neosufismo...") indica que el libro de Graves no era una traducción, sino la copia de un comentario victoriano (auténtico), supuesta traslación debida a un tal "Jan Fishan Khan MS" (¡el propio bisabuelo de Shah!), "poeta" del siglo XII (!), de un poema de Jayyam (que, por supuesto, nunca escribió).

En cuanto a los métodos de propaganda y/o captación utilizados por la S.U.F.I. (en España, Ed. Sufi), dirigida por Omar Ali Shah, hermano de Idries, quizá sea útil reproducir aquí mismo el extracto de un mensaje que recibí hace tiempo, relatando una curiosa experiencia en un momento de búsqueda sincera: "Contacté con los Sufis del amigo Shah a través de una dirección que aparecía en uno de sus libros. Recibí una carta de una persona que no se identificó, en la que se me conminaba a leer los libros de una lista que "se adjuntaba", estrictamente en el orden en que aparecían en dicha lista, se hubieran o no leído con anterioridad, y luego volver a ponerme en contacto escribiendo al apartado de correos inicial, indicando los motivos de mi búsqueda, para, si mi escrito era convincente, concertar una cita personal. Aparte de ciertas incorrecciones lingüísticas que no me parecieron bien, hubo un hecho que me intrigó durante varios días: el sobre donde venía la carta que recibí no contenía ninguna lista.

Finalmente, aunque no muy convencido de que mis interlocutores pudieran cometer semejante chapuza, lo atribuí a un despiste de la secretaria del "Maestro". Como tenía instrucciones de no escribirles hasta haber leído los libros, les llamé por teléfono y, aprovechando mi paso por Madrid, visité su local y compré (a un 75% de su precio) tres o cuatro de los cinco primeros títulos de la lista que allí mismo me acababan de proporcionar. Creo recordar que la lista tenía de 10 a 15 títulos, casi todos de su propia editorial (ingeniosa manera de promocionar sus libros). Pero había problemas: antes de decidir cuantos libros me llevaba, observé que el segundo de la lista estaba agotado y por lo tanto no tenía sentido llevarme ninguno posterior, más la señora que me atendió entre charla y charla telefónica - en las que me demostró que hablaba inglés con desparpajo- y que ya me había advertido -sin habérselo preguntado yo- que para seguir las enseñanzas de la asociación no era necesario ser musulmán, me confesó que no pasaba nada si saltaba algún título, e incluso si escribía habiendo leído tan solo cuatro o cinco libros. Más adelante pude detectar ciertos errores que se me antojaron incompatibles con la enseñanza tradicional: en el libro "Los maestros de Gurdjief", en el momento culmen, cuando el autor tiene acceso al Sancta Sanctorum de la enseñanza sufi, se expone cómo el gran Maestro se servía de unas máquinas formidables para controlar la meditación de sus discípulos. Aberrante ¿no? En otro libro dedica varios párrafos a eliminar las reticencias al uso de ionizadores, imprescindibles para realizar ciertas prácticas diarias de meditación en un ambiente urbano, en el que algunos principiantes pudieran desenvolverse".

Hablemos claro: el seudo-sufismo de Shah, lejos de entenderse como una metafísica que parte del credo musulmán -"no hay divinidad si no es la Divinidad"-, se identifica con el origen de un método científico de procedimiento inductivo y se define a modo de "doctrina secreta" subyacente en todas las formas religiosas, idea hábilmente utilizada en vistas a un fácil sincretismo; de aquí la tentativa de escindir al Sufismo del universo espiritual del que depende y del que extrae toda su realidad.

El único criterio objetivo para juzgar al Sufismo es la verdad intrínseca del mensaje de Muhammad y los frutos espirituales de este mensaje, criterio que Shah desplaza y anula para asentarlo en un misticismo abiertamente impregnado de psicologismo, seudo-erudición y neodarwinismo. El Islam está "fijado" en el Corán, y su mensaje -centrado en lo Único que Es- se descubre y se acentúa en el "taçawwuf". Para el sufí, la realización espiritual parte de la revelación coránica, y no hay "ciencia de la certidumbre" que no se remonte, directa o indirectamente, a los Testimonios -"Shahada"- del Islam. No obstante, la intención de Shah consiste precisamente en desligar el "taçawwuf" del Islam o, dicho de otro modo, en desgarrar el centro de la periferia, o el núcleo de la corteza, y ello a partir de una pretendida autoridad capaz de extraviar y convencer al lector no advertido.

El Sufismo, por otra parte, es plenamente ortodoxo a pesar de las audacias verbales que lo caracterizan -lo contrario implicaría el absurdo de admitir un esoterismo sin legitimidad alguna-, y lo es porque se considera la "médula" -"lubb"- del Islam, y porque toma impulso a partir de la forma islámica, y no de otra. Hablar, por lo tanto, de "sufíes cristianos", como hace Shah, no deja de ser una antinomia externa y una imposibilidad interna. Si, según la perspectiva coránica -y, a priori, desde las coordenadas del esoterismo islámico- Allah ha creado el mundo como un Libro (y de ahí la importancia otorgada a los símbolos naturales, considerados como aleyas al ser la Creación una exteriorización de la palabra de Allah), y, asimismo, Su Revelación ha descendido en forma de Libro, para nuestro autor, por el contrario, los Libros Revelados representan ante todo la exteriorización de una inevitable evolución de la conciencia humana concentrada en ciertos grupos de población. Este mismo psicologismo reduce el significado de la angelología islámica hasta no ver en ella sino una interpretación cifrada de los desarrollos superiores de la mente.

No nos extraña, pues, que Shah equipare la "Inteligencia independiente" de Averroes -desfigurada al máximo por la hermenéutica occidental- con el inconsciente colectivo jungiano. En cuanto al lugar destacado que Shah otorga al "evolucionismo sufi", e incluso prescindiendo de extendernos demasiado sobre ese neodarwinismo citado líneas atrás (llega a mencionar ciertas supuestas herencias del animalismo, de donde deducimos que el objetivo principal del autor es el desvelamiento de la presumible "modernidad" intelectual del "taçawwuf"), es obvio que con ello tiende a asimilar las "estaciones" de la realización iniciática con una metódica activación de "órganos sutiles" en vistas a una evolución consciente del individuo humano (cf. pp. 95, 415 y ss. de "Los Sufis", op. cit.). En suma, fenomenismo de matiz ocultista frente a realización metafísica.

Dos últimas observaciones: significativamente, Shah despoja a la lengua árabe de su espiritualidad intrínseca para concluir de su complejo sistema de relaciones semánticas una especie de lenguaje cifrado de índole claramente psicológica; esta reducción ontológica que va del símbolo al signo halla su compensación paródica en su insistencia en el supuesto influjo histórico del Sufismo sobre el Vedanta o sobre el Zen... Así pues, por un lado, se destaca la utilización de una exégesis exterior que minimiza el carácter esencialmente iniciático de la perspectiva sufí, y, por otro, la acentuación de imaginarios condicionamientos históricos que, al hacer desbordar al Sufismo de su continente espiritual, lo reduce a un seudo-esoterismo carente de estructura y, por lo tanto, subliminalmente, de toda autoridad, a pesar de las apariencias en contra.