FILOSOFÍA PERENNE, ALDOUS HUXLEY, (1).




Extracto del libro Filosofía Perenne.

De Aldous Huxley.


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Las biografías de los santos atestiguan inequívocamen­te el hecho de que la educación espiritual conduce a una trascendencia de la personalidad, [...] en todas las circunstancias y con respecto a todas las criaturas, de modo que el santo [...] trata a todos los seres sensibles [...] con la misma compasión y desinteresada buena voluntad.

Los que penetran hasta el conocimiento unitivo de Dios emprenden la marcha desde los más diversos puntos de partida. Uno es hombre, otro mujer; uno, un nato hombre de acción; otro, un contemplativo nato. No hay dos de ellos que hereden el mismo temperamento y constitución física, y sus vidas se pasan en medios mate­riales, morales e intelectuales que son profundamente distintos.


Sin embargo, en cuanto son santos, en cuanto poseen el conocimiento unitivo que los hace "perfectos como su Padre que está en el cielo es perfecto", todos son asombrosamente iguales. Sus actos son uniformemente abnegados y ellos están constantemente recogidos, de modo que en todo momento saben quiénes son y cuál es su verdadera relación con el universo y su Base espiritual.

Aun de la ordinaria gente media puede decirse que su nombre es Legión —mucho más de las personalidades excepcionalmente complejas, que se identifican con una amplia diversidad de humores, anhelos y opiniones. Los santos, por el contrario, no son indecisos ni indiferentes, sino puros y, por grandes que sean sus dotes intelectua­les, profundamente simples.

La multiplicidad de Legión ha cedido el sitio a la unitendencia; no a una de esas malignas unitendencias de la ambición o la codicia, o la sed de poder y fama, ni tan sólo a una de las unitendencias, más nobles pero todavía demasiado hu­manas, del arte, la erudición y la ciencia, consideradas como fin en sí mismas, sino a la unitendencia suprema, más que humana, que constituye el ser mismo de esas almas que, consciente y consecuentemente, persiguen la última finalidad del hombre, el conocimiento de la eterna Realidad.


En una de las Escrituras palis hay una significa­tiva anécdota acerca del brahmán Drona que, "viendo al Bienaventurado sentado al pie de un árbol, le preguntó: "¿Eres un deva?" Y el Excelso contestó: 'No lo soy.' '¿Eres un gandharua?' 'No lo soy.' '¿Eres un yaksha?' 'No lo soy.' '¿Eres un hombre?' 'No soy un hombre.'" Al pregun­tarle el brahmán qué podría ser, el Bienaventurado res­pondió: "Esas influencias malignas, esos anhelos, cuya no destrucción me habría individualizado como deva, gandharua, yaksha (tres tipos de ser sobrenatural), o como hombre, las he completamente aniquilado. Sabe, pues, que soy Buda."


Podemos observar aquí de pasada que sólo los unitendentes son verdaderamente capaces de adorar a un solo Dios. El monoteísmo como teoría puede ser abri­gado aun por una persona cuyo nombre es Legión. Pero cuando hay que pasar de la teoría a la práctica, del conocimiento discursivo acerca del Dios uno al inmediato trato con Él, no puede haber monoteísmo sin pureza de corazón.


El conocimiento está en el conociente según el modo del conociente. Cuando éste es polipsíquico, el universo que conoce por experiencia inmediata es politeísta.


El Buda rehusó hacer ninguna declaración con respecto a la final Realidad divina. Sólo quiso hablar del Nirvana, que es el nombre de la experiencia que ocurre a los totalmente abnegados y unitendentes. A esta misma experiencia otros le han dado el nombre de unión con Brahm, con Al Haqq, con la inmanente y trascendente Divinidad.


Manteniendo, en esta cuestión, la actitud de un estricto funcionalista, el Buda quiso hablar sólo de la experiencia espiritual, no de la entidad metafísica que los teólogos de otras religiones como también del budismo posterior, suponen ser el objeto y (pues en la contempla­ción del conociente, lo conocido y el conocimiento son uno) al mismo tiempo el sujeto y la sustancia de esa experiencia.




Cuando el hombre carece de discernimiento, su vo­luntad vaga en todas direcciones, tras innumerables objetivos. Los que carecen de discernimiento pueden citar la letra de la Escritura, pero en realidad están negando su íntima verdad. Están llenos de deseos mundanos y ávidos de las recompensas del cielo. Usan bellas figuras retóricas; enseñan laboriosos ritos que, según se supone, dan placer y poder a los que los practican. [...] Aquellos cuyo discernimiento se pierde en tales charlas quedan profundamente afectados al placer y al poder. Y por ello son incapaces de desarrollar la unitendente concentración de la voluntad que conduce al hombre a la absorción en Dios.

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Bhagavad Gita