Por Raimon Panikkar
No es por nuestra voluntad de querer, de buscar, por la que nos abrimos a la experiencia de Dios. Dios no puede ser la contestación a ninguna pregunta. Lo convertiría en un ídolo, en un objeto, en un concepto, en una respuesta. Si Dios es algo superior a nosotros, la iniciativa debe partir de El; debe ser El mismo quien nos abra. Esto es probablemente lo que hace afirmar a Huang Po: "No busques la verdad. Tu propia búsqueda destruiría lo que buscas". Nos viene a decir que el yang (masculino), destruiría al yin (femenino), que Dios y el Mundo no son dos, sino una polaridad, que Dios no es objeto de investigación. La actitud frente a Dios, como saben todos los místicos, es más pasiva -¿debo decir femenina?-. La verdad es la que nos busca.
Precisamente una de las grandes dificultades que tenemos en Occidente es el patriarcado cultural, que también podríamos denominar "machismo", y que consiste en lo que yo llamaría la "epistemología del cazador"; esto es, salir con la escopeta del conocimiento, de la razón, a ver si doy alcance al objeto, a ver si lo aprenhendo. Es una epistemología masculina que, aplicada a Dios, constituye metodológicamente un error.
Para dejarse verdaderamente coger por la experiencia de lo divino hay que dejarse fecundar, sobrecoger. Esta experiencia de dejarse coger, conocer, de permitir que la experiencia tenga lugar en nosotros, no es exclusivamente cristiana. Toda experiencia, entendida en su sentido más profundo, es siempre pasiva; no es proyección, objetivación, no es ni siquiera el quererla. Puede suceder o puede no suceder; puede ser mediatizada o inmediata; puede ser un acto súbito que ocurre o puede ser un proceso, o un descalabro. No podemos reducirlo todo a nuestro sistema conceptual.
La experiencia de Dios sería una participación mía en la experiencia de Dios, a lo cual yo llamo "mi conciencia de El". Aceptar la experiencia de Dios de esta manera conlleva entender que el camino para llegar a ella no consiste en buscar, sino en hacerse el encontradizo. La iniciativa no depende de nosotros. Una breve historia china, de Huang Po, ilustra bien esto. Es el buscador de Dios que, buscando la experiencia de Dios, se va a un valle a hacer penitencia, meditación; va a prepararse, a purificarse. Pero no consigue nada, no encuentra nada. Entonces grita, chilla, pide. Y oye una voz que llega desde lo alto del monte. Y hasta lo alto del monte sube par escuchar aquella voz. Pero no encuentra ni escucha nada. Regresa al valle sintiéndose burlado, engañado, y grita y chilla de nuevo. Y de nuevo escucha la voz. Y de nuevo vuelve a subir, a no encontrar nada, sólo silencio. Y baja y sube, y sube y baja. Hasta que se queda callado; deja de pedir, deja de buscar. Entonces se da cuenta de que aquella voz que oía era su propio eco.